Sonia Osorio, espíritu vivo de la danza colombiana

Al alzar la vista, los bailarines que entran a la sala de ensayos del Ballet de Colombia se topan con la mirada fija de Sonia Osorio. Erguida, con un brazo apoyado en un ventanal.

Joven, de expresión serena pero contundente. Esbelta, en la pollera de cuadritos rojos que creó, esa que hoy identifica a las cumbiamberas.

Ella fundó el Ballet en 1960. Falleció el 28 de marzo de 2011, a los 83 años.

Su foto de cuerpo entero se refleja en los espejos del aula, ante un piso de madera. Las paredes se elevan unos cuatro metros hacia el cielo. En lo alto está su imagen, bañada de la luz dorada que entra por las ventanas. No les sonríe a los que llegan a continuar la obra que inició.

Recibe a los bailarines con seriedad inquebrantable, solemne. Más vigilando que saludando. No sea que vayan a creer que bailar es sinónimo de parrandear e improvisar.

“Muchos creen que el ballet es una recocha. Y no, esto es muy en serio. Eso era lo más importante para ella”. Habla Germán Álvarez, uno de los profesores de la academia. Sonia Osorio se mantiene viva en su voz: cada vez que llama la atención o regaña a alguno de sus estudiantes. Y en la voz de Jim Robert Hernández Pontiluis, el asistente de dirección del que ahora se llama Ballet Nacional Legado Sonia Osorio.

En las indicaciones y directrices de Jim es donde pervive, con más fuerza, el espíritu de la folclorista que llevó el nombre de Colombia por todo el mundo, cuando no había Internet y Shakira y Juanes eran bebés que apenas empezaban a chillar.

Legado.

“Dime la verdad, dime que puedes continuar con el legado… y yo me voy tranquila”, Jim recuerda las palabras de su maestra, ya en el zaguán de la casa. Los ojos se le enrojecen mientras habla de la misión que le encomendó, pero la voz no se quiebra. “Me hizo jurárselo. Yo le dije que le iba a meter toda la fuerza que estaba en mis manos para mantener su legado y no descuidar sus coreografías. Todo lo que ella hizo no se puede derrumbar”.

Balleto Nazionale Colombiano 1983 se lee en un afiche de una presentación en Italia. Decenas de carteles decoran las paredes. Entre los símbolos kanji japoneses de uno solo se alcanza a leer un 1983. En otro de letras rusas, un 1975. Otros chinos y egipcios dejan las fechas en incógnito.

Jim Robert mide unos 185 centímetros. Es moreno, con piercings y trenzas rubias. Tiene 36 años. Conoció a doña Sonia hace 15, cuando llegó de Cúcuta a presentarse a las audiciones del Ballet, tras escuchar su convocatoria en el programa de televisión Sábados Felices. Ella lo aceptó inmediatamente. “Le gustaba mucho que la gente tuviera bonita sonrisa, que fuera alta, vistosa, fuerte. Y que supiera bailar, claro”.

Lo primero que se le viene a la mente cuando se le pregunta cómo la recuerda es que “le ponía mucha atención a la disciplina. Recalcaba mucho en eso. Por eso ha sido lo que ha sido”. Se encargaba de pulir con trabajo y esmero la esencia rítmica con la que llegaban jóvenes como Jim.

Él procura hacer lo mismo. El Ballet de Colombia se caracteriza por mezclar pasos de danza clásica con técnicas modernas, fusionadas con movimientos de cadera propios del folclor y la influencia africana. Un coctel difícil de preparar, y que requiere sesiones diarias de cinco horas de trabajo. “Nunca se para. Estamos siempre en ejercicio, ensayando sus obras”.

En esa máquina de coreografías, doña Sonia “al que veía que medio se descarriaba, o que se salía de tonalidad, no lo quería”. Jim logró superar todas sus exigencias, y poco a poco se convirtió en una de sus personas de confianza.

La visitaba en su casa, y pasaba días enteros conversando con ella. Escuchando historias de ballet, o de su matrimonio con Alejandro Obregón. Le pintaba la puerta de la casa. La respaldaba cuando había problemas con coreógrafos en el extranjero. En muchas giras ella enfermó y él la atendió. En muchas, tuvo que sostenerla y ayudarla a caminar con un brazo, mientras le cargaba las maletas con el otro.

Caminando por la tercera edad, una vez en Estados Unidos, Jim la tuvo que llevar a un hospital, porque ella se subió a una atracción llamada Jurassic Park que tenía una caída de 50 metros a una piscina. “Quedó toda despeinada y resfriada. Pero al momento de la obra estaba lista y fuerte”.

Jim era el encargado de peinarla cada vez que iba a salir ante el público, para que la vieran “como ella siempre fue, muy bonita y pulcra. Ella representa un legado muy grande, y no podíamos descuidarla”.

Siempre que se refiere a ella lo hace como doña Sonia. “Se volvió mi segunda madre. Ella siempre me decía que uno a pesar de estar tambaleando debe seguir, ser contundente, no retroceder”.

La gratitud que siente hacia ella ha crecido con los años, hasta convertirse en un compromiso de vida. El sueño de Jim siempre fue bailar y actuar, desde antes de conocerla. Desde que veía presentaciones en reinados en televisión. Creía que tenía talento, pero no sabía qué tan bueno o malo. Por eso vino a Bogotá, a probar suerte apostándole al reto más grande. “Ella me realizó. Me hizo ser lo que quería ser como persona”.

 

Vanguardia.

Aunque dirija el Ballet, Jim sigue siendo una de las figuras principales en las obras. En la colección de afiches de múltiples idiomas aparece vestido de chibcha dorado, cargando bailarinas en taparrabos. Se ven también congos carnavaleros, cumbiamberas, máscaras de torito, campesinas santandereanas.

“Dejó la gota mágica del folclor colombiano regada en todo el mundo. En un momento muy difícil, cuando todos veían al país como puro narcotráfico, ella dijo: miren, no todo es malo, también tenemos esto”. Jim explica que, con sus giras y su visión de globalizar el folclor, doña Sonia “se adelantó a su época, se anticipó muchos años”.

Para presentar las tradiciones colombianas en los 5 continentes las modernizó, las llevó a la vanguardia. Modernizó el folclor, aderezándolo con glamour y sensualidad. “Era atrevida en sus vestidos, le gustaba que todo fuera muy sexy. Recogió muchas cosas de Colombia y las adecuó para llevarlas al espectáculo, como el vestido de cumbia”.

Hoy más que nunca se resaltan en el espectro cultural internacional las expresiones folclóricas fusionadas con elementos de la modernidad (Systema Solar, Chocquibtown, etc.). “Para entonces muchos no lo consideraban muy agradable, y lo criticaban. Ella impuso piezas folclóricas estilizadas. No era un ballet autóctono, sino moderno”.

 

Disciplina.

La academia donde se gesta esa magia funciona en una casona blanca de tejas carmesí en el barrio Chapinero Alto, elevada tras una muralla de ladrillos. Allí llegan los nuevos estudiantes cada día a la una de la tarde, a encontrarse con Jim, con el profesor Germán y la gran foto de doña Sonia.

Germán tiene 30 años, diez en el ballet, cinco de los cuales trabajó con su fundadora. Prepara niñas de 4 a 15 años. Ríe al caer en la cuenta de que sus estudiantes dicen que él es el “profesor bravo”, por lo estricto que es. Eso es justo lo que más recuerda de doña Sonia, lo exigente que era.

“No dejaba que uno estuviera hablando ni molestando. Tenía que estar en lo que estaba, trabajando. Y si no, iba sacando a la gente del salón. Decía que éramos los portadores de la cultura del país, y teníamos una responsabilidad grande”. Ahora entiende la necesidad de disciplina en una actividad artística que parece ligada al desorden. “Las niñas creen que porque esto es bailando van a venir a jugar. Si uno no es exigente no se ven los resultados”.

Sonia Osorio lo tenía muy claro. Quizá por eso pidió que colgaran su foto en medio de la sala, para que su mirada inmortalizada supervisara los ensayos para siempre, desde lo alto. “No quiero ver a ese niñito, sáquenmelo sáquemelo”, recuerda Germán que era su fórmula para reprender. Él dice que mientras estuvo viva nunca le dio oportunidad de que lo regañara. Y no piensa dársela ahora.

 

Por Iván Bernal Marín

Periodista, candidato a Magíster en periodismo de la U. del Rosario en Bogotá.
Publicado originalmente en la revista Dominical, del diario El Heraldo, el 4 de diciembre de 2011
http://www.elheraldo.co/documento/sonia-osorio-esp-ritu-vivo-de-la-danza-colombiana-48323

Acerca de Iván Bernal Marín

Editor y periodista con estudios en filosofía. “La libertad del cronista permite contar mejor la verdad”, EMcC.
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