Dolores Salinas: los entierros son eternos en Palenque

Les comparto un texto para transportarnos a Palenque, un pedazo de África incrustado en Colombia. Alguna vez denominado por un colega como el «Laboratorio sónico del Caribe», en Palenque se conservan casi intactas las tradiciones, costumbres y forma de vida de los cimarrones recién llegados a América. Mi antiguo compañero, el cronista Pedro Plata Acevedo , logra plasmar esa naturaleza por medio de un conmovedor ritual que tuvo oportunidad de presenciar. Naturaleza que hoy la civilización hace parecer mística. IBM

 

Los entierros son eternos en Palenque

Nueve días de baile, comida, canto, rezos, lágrimas y procesión, recibió como homenaje Dolores Salinas, ‘La Maldita Vieja’.

Por Pedro Plata Acevedo

I

Ay santo del día lloro…

El silencio sepulcral de las dos de la madrugada huye ante un lamento desgarrador. Es un himno fúnebre  que corta la noche oscura como un filoso cuchillo.

Salida de la boca oscura de este domingo 22 de mayo que aún se despereza, una procesión, como una aparición espectral, recorre los callejones polvorientos de San Basilio de Palenque. Una mujer es la guía. Su aguda voz, como la de una niña, se percibe lastimera. Canta por el alma de Dolores Salinas, canta por la que hace nueve días derrochaba alegría.

Ay Dolores se murió…

Una cadena y dos pulseras de cuentas de madera se mueven al ritmo de las piedras dentro de la ponchera plateada que ella, Emelina Reyes Salgado, menea de arriba hacia abajo. Su figura, vestida por una pollera azul y un pañolón amarillo en la cabeza, parece la de una sacerdotisa yoruba. Sus cantos buscan que el alma de la que en vida fue su compañera en el grupo las Alegres Ambulancias llegue al Paraíso prometido por curas y anunciado por los viejos cimarrones.

El grupo se detiene frente a una de las 421 casas que se levantan en Palenque, ese que goza desde 1713 del reconocimiento de ser el primer pueblo libre de América, pero que sufre falencias que lo tienen estancado en el pasado.

Emelina sube dos escalones tan derruidos como la pared de bahareque con la que se encuentra de frente. Entrecierra los ojos mientras interpreta su tonada fúnebre.

La multitud grita y golpea la tierra lo más fuerte que puede con unos báculos de madera. No quieren que Dolores Salgado descamine sus pasos, por eso van uno a uno a los lugares que visitó cuando sus dientes esbozaban sonrisas de alegría y no eran el complemento burlón de la calavera en la que se convertirá con el paso de las lunas.

Tampoco quieren que llegue al más allá con hambre, ya que en el más acá nunca le faltó así fuera una tajada de yuca-harina o un plátano cosido. Por eso esta madrugada, luego de nueve días de cantos, rezos y bailes, el rito del pilado del arroz tiene razón de ser.

II

Ay la muerte del hombre, no hay quien la sienta…

La muerte, desvalorizada en estos tiempos de juzgados donde un asesinato vale lo mismo que mil, es tan importante en la comunidad palenquera que velorio y entierro no bastan.

Dolores Salinas fue una de las fundadoras de las Alegres Ambulancias, uno de los símbolos más importantes de Palenque, casi tanto como el boxeador Kid Pambelé y tambolero Paulino SalgadoBatata. No tanto como Benkos Biohó, precursor de este palenque poblado por esclavos libertos que huían de las garras de los despiadados negreros asentados en la colonial Cartagena de Indias.

“Dolores viajó a Estados Unidos, España, Brasil y muchos otros países que ahora no recuerdo. Fue reconocida y admirada“, cuenta, a las cuatro de la tarde del viernes 20 de mayo, séptimo día del novenario, Manuel Cassiani Salinas, el mayor de los 9 hijos que tuvo la difunta.

La casa de los Salinas es de color mandarina y dista mucho de lo que uno pensaría fuera la vivienda de una mujer tan famosa. Los cuartos tienen cortinas en vez de puertas.

En la sala se ve a Dolores. Cabello cenizo, brazos delgados, micrófono en mano. Todos los visitantes pasan frente a la fotografía. Al verla, unos sonríen con esa mueca entre cariñosa y dolorosa que da el recuerdo. Otros cierran los ojos ante su imagen de negra piel.

Al patio pareciera no caberle más gente, aunque el domingo se demostraría lo contrario. Se escucha el repicar de tambores. Las mujeres apuran sus pasos de chancletas llenas de arena. Manuela Herrera revisa las 20 libras de arroz que se cocinan. Revuelve el cereal, acomoda la leña en el fogón. Sipriana Torres hace lo propio con 10 libras de cerdo. Todo el que llegue a dar el pésame recibirá una porción.

En un rincón Juana Torres fuma un cigarrillo, lo hace al revés, con el cabo encendido dentro de la boca y la colilla fuera, como lo han hecho por generaciones las mujeres en Palenque. Cuando saca el cilíndrico vicio de la boca este resplandece rojizo, alumbrando macabramente el rostro de Juana, el cual permanecía en las penumbras que el único bombillo amarillento del patio no logra vencer.

III

¿Ay pa´ onde va? Se va…

De todas partes salen conocidos que quieren garantizar que Dolores no descamine y pueda descansar en paz. La romería cruza una esquina del Barrio Abajo. Focos, como cocuyos, se prenden a su paso.Tum, tum, pá, retumban los tambores. Un borracho alegre observa y empieza a bailar. Nadie le presta atención. Todos parecen sumidos en un trance.

Un par de cuadras más allá la procesión fúnebre se encamina hacía un lote de cruces derruidas. Se enrumban al ‘barrio de los acostaos‘.

Desde que enterraron a Dolores, muy pocas lágrimas se han derramado. Pero ahora, a las 3:30 de la madrugada sus dolientes estallan en llanto.

Sobre una bóveda sin flores y con un nombre garabateado sobre el rugoso cemento gris, cae un leve sereno. El rostro de hijos, sobrinos, nietos y amigos de Dolores se encharcan por el agua que brota desde sus almas. Los tamboreros repican los cueros. Una canción, de sonidos guturales imposibles de entender, se mezcla en el aire con lamentos electrizantes.

Sobre el suelo marrón la lluvia se escurre, dejando pequeños charcos. Jacinto Cassiani Salinas cae de rodillas frente a la tumba de su madre. Sus facciones fuertes se transforman en las de un niño triste. Acaricia delicadamente la tumba sin lápida mientras sus rodillas descansan sobre la maleza de este cementerio donde vive el abandono.

Poco a poco los dolientes salen del panteón. El cronista repara en el panal de avispas que está justo en el techo de la puerta que franquea la multitud. Su mente se rebobina a dos días atrás. “No te acerques mucho. Eres blanquito. Están alborotadas y si te pican te vas a poner colorado”, le advirtieron entonces dos niñas de moñitas burlonas. Ahora, pese al ruido de los tambores, no asoma ninguna abeja. ¿Entenderán ellas, nacidas en este pueblo místico, que este escándalo representa en realidad el luto?

IV

La vida de Dolores Salinas siempre tuvo contrastes. Viajó por grandes avenidas en las giras de las Alegres Ambulancias, pero caminó por las calles destapadas de su pueblo. Cantó el lumbalú para despedir muertos y también lo hizo para que los vivos bailaran. Murió a los pocos días de cumplir 78 años, un derrame cerebral se la llevó.

Casada tres veces, la canción que la hizo famosa la compuso para ‘defender’ a uno de sus hombres.

La Maldita vieja, en el callejón…

“Veníamos de una presentación. Era tarde. Caminábamos por el Callejón del Peligro. De repente Dolores se frena y ve que a su marido una mujer le está coqueteando. Así que se acerca y le grita: ¡te voy a sacar una canción pa´ que respetes! Entonces, como ella ya la había escrito y nos la había enseñado, comenzamos a cantarla y a burlarnos de la mujer: la maldita vieja, en el callejón. La vieja, en el callejón. Jajajajá, jajajajá, jejejejé, jejejejé. Dame la chu, dame la chu, la chu chu chú.

Lo de la chu hacía referencia al aparato reproductor femenino (risas)”, recuerda con melancolía Emelina Reyes Salgado frente a la casa de Dolores antes de irse a cambiar para pilar el arroz.

V

El martes 17 de mayo, en el Archivo Histórico de Cartagena, Jarold Manuel Salas Cassiani, un joven historiador de 27 años, explica que en San Basilio, su tierra, no existen diferencias de clases. Que esto se debe a que desde niños se crea un vínculo especial entre los de la misma edad, el cual llegará hasta la tumba. En Palenque transcurre el cuarto día del novenario de la Maldita Vieja.

“Se llaman kuadros. Sí, con K. Esta es una especie de organización social que se dio poco después de que Benkos fundó el pueblo. Su objetivo era entrenar a los jóvenes para defenderse de los españoles que los querían secuestrar.

La conformación ocurre de la siguiente manera: los niños y niñas de un mismo sector, que tengan una edad similar, se unen y hacen todo juntos. Con el paso del tiempo le colocan un nombre. El mío se llama Los Belicosos.

Cuando nace un niño, los compañeros del papá y la mamá ayudan para el bautizo. Cuando muere un familiar los miembros del kuadro aportan para el entierro y el novenario”, explica Jarold. Su figura juvenil choca ante la imagen de hojas mohosas que contienen el recuerdo de una Cartagena que conmemora el bicentenario de su independencia.

Ay dolores mi hermanita…

En un documental de la Universidad del Norte llamado El Pueblo Bendito de la Maldita Vieja, Graciela Salgado sentenciaba que moriría primero y que Dolores Salinas la seguiría al poco tiempo. Se equivocó.

Desde niñas la vida unió a las futuras cantadoras. “Eran como hermanitas”.

Aunque discutían por cualquier cosa, nunca lo hacían para permanecer bravas. ¨Cuando Dolores estaba en otra ciudad, y yo no podía viajar, me conseguía donde fuera $200 para llamarla, así sólo me alcanzara para saludarla¨, contaba Graciela 8 días después de la muerte de su amiga.

Ahora, cuando transcurre la última noche del novenario, La Batata está sentada revolviendo el arroz blanco y el pedazo de carne que le mandaron desde la casa de La Maldita Vieja. Se lleva un poco del cereal a la boca, a duras penas lo traga. Suelta la cuchara y lanza un suspiro. Unos cuantos granos caen sobre su vestido blanco. No quiere comer. Tampoco hablar. Su hijo Tomas la mira con ternura y dice: “Ya no volverá a cantar. Sin Dolores, ella ya no le encuentra sentido”. Graciela era la primera voz. Dolores la segunda.

Si hay una imagen que puede describir el juego de galanteo que a diarios se hacen la tristeza y la alegría es esta: los ojos de La Batata, tristes como los de un Timoteo olvidado en el cuarto de San Alejo, mira sin ver hacia la calle. Una mano en su mentón la reflejan derrotada, sin fuerzas. Afuera, en la vía arenosa que Graciela ve sin ver, una esbelta mujer de ébano sonríe satisfecha luego de tomar un sorbo de cerveza. Más allá, dos jóvenes calman su hambre con empanadas de carne.

VI

Se va solita…

El domingo caribeño termina de desperezarse y está a punto de salir con su resplandor abrasador. Son las cinco de la madrugada y en el patio de la familia Salinas los que no aguantaron la vigilia, y se durmieron en incómodas sillas plásticas, despiertan y se masajean los cuellos. La última escena del rito mortuorio está por comenzar, atrás quedaron las horas de baile en homenaje a Dolores. Los tambores, por primera vez en nueve días, no se escuchan.

Extrañamente blanco en una ceremonia de orígenes africanas, el rezandero Jaime Ramírez, de 27 años, retira la cruz que está sobre la mesa-altar y la coloca boca arriba en el piso de tierra de la sala. La cabeza de la imagen, iluminada por una vela, señala hacía la puerta.

El oficiante toma un manojo de hojas recién cortadas, las remoja en un vaso de agua y las agita sobre un cuadro, como bendiciéndolo, para luego apagar una de las 18 velas que están en el altar.

Retírese cuerpo santo. Retírese cuerpo en paz. Retírese que Dios la saque de pena y la lleve a descansar- repite cada vez que retira una de los tres cuadros religiosos o apaga uno de los cirios.

Las velas van desapareciendo junto con las imágenes religiosas. Del altar sólo queda una sábana blanca pegada en la pared. El calor ahogante y los empujones hacen imposible mantenerse entre las cuatro paredes, por lo menos para el cronista que retroceda hasta quedar bajo el marco de la puerta. “No se ponga ahí. El alma va a salir en unos momentos. Deje la puerta desocupada”, la sugerencia-orden proviene de una mujer con cara de preguntarse qué hacía ese tipo, libreta en mano, en un momento tan íntimo para su familia.

El rezandero se agacha. Apaga el último cirio. Cuidadosamente recoge la cruz plateada del suelo marrón, ya cumplió su misión: no permitir que el alma de Dolores tocara el suelo de su casa y se quedara a vivir una vida fantasmagórica.

VII

Oye, la vida vale la pena…

El sol en Palenque llega como todos los días. Pero a diferencia de otras ocasiones, hoy el pueblo que alumbra no tiene 3.500 sino 3.499 habitantes. Su luz deja al descubierto a un par de borrachos durmiendo la mona. Para ellos el homenaje a la difunta les pareció una fiesta patronal.

Con el deber cumplido, los hijos de Dolores agradecen la compañía y despiden a sus allegados. En el ambiente queda un sentimiento encontrado de dolor y alegría porque la muerta no desandará sus pasos.

La maldita vieja, en el callejón. La vieja, en el callejón. Jajajajá, jajajajá, jejejejé, jejejejé. Dame la chu, dame la chu, la chu chu chú…. La pantalla del computador muestra a Dolores cantar burlonamente, mientras Graciela a su lado mueve la pollera. Ambas sonríen. Seguramente así será el día que se reúnan de nuevo.

Acerca de Iván Bernal Marín

Editor y periodista con estudios en filosofía. “La libertad del cronista permite contar mejor la verdad”, EMcC.
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