Así se vende una alcantarilla en el mercado negro

Proceso de ventaEn cada tapa de alcantarilla los recicladores ven 8 mil pesos al alcance de la mano. Y también, el riesgo de que los lleven presos.

Uno de ellos rechaza cargar una en su carretilla a las 10:15 de la mañana, arrugando la boca mientras se aguanta su cachucha roja con la mano. Va trepado en una montaña de cartones, rasguñando la carrera 50 en el barrio Abajo como si el cajón de tablones con llantas de lija fuera una patineta.

Quizá fue por miedo, o por prisa. Jonás no tiene ni lo uno ni lo otro. Lo que tiene es más espacio en su carretilla que el reciclador de hace 5 minutos. Lleva menos cartones. La empuja hasta mitad de cuadra, donde la descarga. El otro se queda allí, mirándolo devolverse por la tapa metálica.

Ambos parecen la misma persona: las mismas chancletas rajadas, el mismo cajón robusto a pesar de su tembladera, la misma bermuda y la misma camiseta blanca con nombres de marcas extranjeras. También, la misma piel de profundos surcos negros y la misma gorra, solo que la de Jonás es azul.

Con ayuda de otros cuatro brazos levanta de una jardinera el trozo de hierro, perfectamente redondo pese a unos cuantos mordiscos de óxido en los bordes y la superficie.

Deja caer la tapa en la cuna de madera y la cubre con una manta, un vacío saco de arroz. Así la oculta en su camino a las cajas de cambio del hierro.

Calcula que le podrá sacar de 8 a 15 mil pesos. Hay dos cosas que ni él ni nadie puede calcular: por cuántos años ese platillo macizo cubrió el paso a las tuberías por las que circulan todas las porquerías de los barranquilleros, ni cuántas personas sufrirán accidentes por el hueco de 70 centímetros de diámetro que deja en el pavimento.

A Jonás lo que le preocupa es que lo vean. “Aquí llevamos la cárcel, pero vamos a hacer la vuelta”. Toma el timón de la cuna y maniobra con fuerza para que el peso no se la quite en la bajada por la carrera 50.

La deja en la calle, corre y pregunta a cuánto compran la tapa en una chatarrería. Se devuelve dudando. “Compa’ eso ya nadie lo compra. Han cogido a un poco por estar vendiéndolas”, pero sigue empujando. “Vamos más abajo pa’ ver qué es lo que es”.

Otra vez corre a preguntar, y otra vez le dicen que no. Pero ahora se devuelve entusiasmado. Le dijeron que en Barlovento seguro consigue comprador, no sin antes advertirle lo que ya sabe: “vas a terminar encanado”.

Se quita las chancletas para que sus pies tengan más agarre en los charcos de agua negra a espaldas del edificio de la Aduana. Apestan y resbalan, como los que cubría el redondel de hierro al que le tira encima las chancletas; escudo contra el mal olor, accidentes y ese tipo de regueros.

Cruza la Vía 40 de un solo empujón veloz. Evade camiones, taxis, motos y llega directo a un local. Un hombre barbón habla sentado delante de un patio. “Yo no compro eso. Más bien lléveselo de aquí hermano, que eso es un peligro”. A sus espaldas se alzan cordilleras de pedales de bicicletas, tostadoras, y otras piezas metálicas que ya no sirven, ni brillan tras un velo naranja.

Confiesa que una vez le pusieron una multa de 200 mil pesos por comprar una. Dice que las tapas son propiedad del estado, por lo que la policía escarba regularmente entre sus cordilleras a buscarlas. Dice que ni siquiera son rentables, y no vale la pena.

“Por eso yo prefiero dejarlas allí tiradas, así las vea ya sacadas”, lamenta Jonás tras el tercer intento de venta. No desiste. “Vamos a buscar por aquí. Otro la compra”. Lleva cerca de 30 minutos así, empujando, con la contradicción en sus palabras. Avanza en contravía a un costado de la Vía 40, con el sol pesándole en la frente. Descubre que no casan las otras piezas del engranaje del mercado negro.

Solo entonces pregunta cómo fue sacada y porqué no está partida. “¿Fue con una varilla por el borde qué?”. No le responden.

Igual, toma aliento y sigue.

Decepción. Jonás entra en una bodega de fachada rayada con graffiti. De una caverna de cartones y papeles sale el dueño. Compra tapas de alcantarilla, pero trituradas en pedacitos para que no puedan ser rastreadas. Enteras, paga el kilo de su hierro a 80 pesos; destrozadas, paga el kilo a 200 pesos.

Ambos precios son menores a los que Jonás imaginó, cuando decidió vender la tapa que un periodista de EL HERALDO y un actor tenían a sus pies.

La empresa Triple A aportó la pieza, con el fin de corroborar adónde y cómo los saqueadores de alcantarillas le sacan el jugo al hierro de los barranquilleros.

El dueño de la chatarrería ofrece una mona a Jonás, para que la reviente. Pero un policía motorizado pasa a sus espaldas y se estaciona a un par de metros.

“No van a ser más vivos que yo”, dice entre dientes apretados en el instante que corre la carretilla a la puerta de la bodega. La atraviesa y la voltea, para tapar con sus tablones el descargue. El chatarrero oculta la tapa debajo de los cartones. Allí en la sombra de la bodega, pesan el hierro. Afuera pasa brillando el casco blanco del policía.

Después de pesar la tapa y de 15 minutos de regateos apurados, acuerdan un pago de 5 mil pesos por 45 kilos. Jonás jala su billete y saca su carretilla con violencia.

“No aguanta”. El comprador abre con amplitud brazos y ojos y trata de consolarlo. ¿Cómo? Le dice que le traiga cobre, de cables. Salen más rentables: a 10.500 el kilo. No tiene que triturarlos, son más fáciles de ocultar y no hay riesgo de que caiga y le tronche un pie. Solo de electrocutarse cuando vaya a cogerlos.

Se roban 16 cada mes

En 2008 fueron robadas más de 200 tapas de alcantarillas en Barranquilla, precisa la Triple A. En los últimos años, ese promedio anual se ha mantenido. Para la empresa el costo de las que son totalmente de hierro es de $250 mil. Son las que más se roban, explica Ramón Hemer, gerente de operaciones. Luego de ser trituradas, en las chatarrerías las funden para comercializar el hierro a un precio mayor del que pagan a los carretilleros, Por eso considera que estos sitios clandestinos son el verdadero problema. “Compran a sabiendas del perjuicio que causan. Nos preocupa el riesgo para la gente”, al tropezar con los huecos que dejan. Las 12 cuadrillas de la empresa van cargadas con 3 tapas para reemplazarlas una vez la comunidad informa de que una ha sido robada. Afirma que la Policía es la que debe investigar y combatir la situación, pues han entregado carretilleros a las autoridades “pero salen al día de ser capturados. Hay que buscar a los que compran”.

Víctima fatal

El mototaxista Jair Cantillo Iglesias, 30 años, falleció el 30 de noviembre de 2007 como consecuencia de un accidente de tránsito. Su llanta se atascó en un hueco destapado en la carrera 1E con calle 45E. Perdió el equilibrio y la caída fue fatal. Un día después el hoyo que provocó su muerte fue sellado

 

Por Iván Bernal Marín

Publicado en el diario El Herado
www.elheraldo.co

Acerca de Iván Bernal Marín

Editor y periodista con estudios en filosofía. “La libertad del cronista permite contar mejor la verdad”, EMcC.
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